Prueben a conocer Jaén con un paseo por nuestro casco antiguo, un dédalo de callejas en las que el tiempo parece transcurrir de otra manera y en el que la vida se saborea lejos de ajetreos que nos imponen nuestra época.
Le esperan los barrios de San Bartolomé, La Magdalena, San Juan, la Merced o San Ildefonso. Piérdase por esas calles y descubra en cada esquina un palacio, un balcón cuajado de macetas, escudos que anuncian rancios linajes castellanos o entramados de barrios judíos o musulmanes.
Y si se le hace tarde y se acerca la hora del almuerzo o la cena, no se preocupe, es casi mejor. Para reponer fuerzas, a poco que busque, encontrará tascas que cuentan su antigüedad por siglos o establecimientos de jóvenes restauradores en los que comprobará por qué los jiennenses llamamos al aceite de oliva nuestro ‘oro líquido’.
No me perdonaría no recomendarles algunas visitas mientras se encuentra entre nosotros. Sobre el caserío de la ciudad vieja se alzan las torres de la Catedral, construida como un inmenso relicario para acoger el Santo Rostro y que hoy es el gran tesoro del Renacimiento andaluz.
Desde allí y tras un amable paseo -éste casi sin cuestas- puede visitar los Baños Árabes que se encuentran en los sótanos del Palacio de Villar dompardo. Y a poco que alce la vista, desde cualquier punto de la ciudad, podrá observar la fortaleza del Castillo de Santa Catalina, anímese a conocerla y descubrirá un edificio magnífico en el que se ha instalado un Centro de Interpretación para acercar al visitante algo más de nuestra historia, nuestras costumbres y tradiciones, así como, los aledaños de la ciudad en la que se encuentra el paraje de Jabalcuz, entre otros.
Estoy segura de que le sorprenderemos. Rodeada de un inmenso mar de olivos esta ciudad le espera, acogedora y tranquila. No se arrepentirá de conocernos.